martes, 28 de febrero de 2012

Miradas. Observando a un extraño en el metro.

El señor canoso.

El día de hoy me di a la tarea de observar a personas en el transporte público metro. Analicé a varias personas que se iban saliendo hasta que por fin logré mantener a una por algunos minutos. Era en la línea azul, en la estación del zócalo de la ciudad capitalina. Un señor de unos 50 años con pelo canoso subió a uno de los vagones que se encontraban repletos de gente. Dicho individuo abordó con un par de bolsas grandes negras cuyo contenido no era posible apreciar. Al entrar intentó ver si había algún lugar disponible que se adecuara a su tamaño del lado contrario a las puertas que se abrían. Al ver que no, se posicionó a un lado de la puerta, siendo empujado por otras personas que a su vez intentaban ganar un lugar. El señor intentaba evitar que las personas a su alrededor dañaran lo que sea que traía en las bolsas y se limitaba a lanzar miradas fuertes a quienes se acercaban. La puerta se cerró y avanzamos con dirección a Tasqueña. Durante el transcurso de esta primera estación, el señor se mantuvo parado, recargado en un tubo de metal, manteniendo el equilibrio. No dejaba de ver al piso, pero no parecía pensar en nada, más bien parecía que se había desconectado, como si estuviera dormido con los ojos abiertos. Llegamos a la siguiente estación, algunas personas bajaron, más de las que subieron. El señor en cuanto tuvo oportunidad se abalanzó hacia un lugar más cómodo junto a un tuvo horizontal y otro vertical que permitían a los que estaban parados recargarse y estar un poco menos incómodos. El señor por alguna razón continuaba cargando sus bolsas y no las dejaba caer al piso. De nueva cuenta, su vista se perdió en alguna parte del suelo de aquel vagón sin divisiones. Un sujeto con una mochila que cargaba un par de bocinas comenzó a anunciar la venta de un disco de salsa que contenía las 100 mejores canciones. Ni siquiera eso atrajo la atención del señor canoso, como si no existiera. Una vez que terminó de mostrar las características de dicho cd, mostró algunas de las canciones y les subió el volumen. Fue ahí cuando el señor canoso volteo a verlo, pero no porque le interesaba la música o porque quisiera apreciar la canción, más bien, le lanzo una mirada de reproche como la que hizo cuando subió al vagón. Al mismo tiempo, hizo una especie de mueca con algunas palabras en voz baja, acompañadas de un ceño fruncido. Aquel vendedor ignoró por completo al señor y se limitó a recoger los 10 pesos que un señor le ofreció a cambio de su producto. Unas estaciones adelante fueron muy similares, hasta llegar a la estación de Chabacano, donde muchas de las personas del vagón bajaron. Fue entonces cuando el señor canoso despertó de su trance y corrió hacia el primer asiento vacío que vió, pero como se habían vaciado tantos, en un par de segundos no pudo decidir inmediatamente y se quedo parado frente a ellos como un niño frente a miles de golosinas sin saber cuál de ellas escoger. Finalmente se decidió por un asiento que era destinado para personas discapacitadas. El señor sentado por fin dejó sus bolsas en el suelo, pero muy cerca de sus pies, de tal forma que servían como protección. Esta vez dejó de ver al suelo y comenzó a ver a las personas a su alrededor. Los veía y de alguna forma mostraba su desagrado y cansancio al ver a cada una de ellas. Unas estaciones después, en el metro Portales, una señora accesó al vagón, tenía a un pequeño bebé en brazos y otro más de unos 9 años que comía unas galletas. El señor inmediatamente se levantó para cederle su lugar al ver que nadie más se paraba. Cuando quiso recoger sus bolsas, accidentalmente tiró algunas cosas de ellas. Dentro venían algunas películas piratas, unos contenedores de plástico para comida y desechables. Maldijo en voz baja mientras recogía sus pertenencias. Le cedió el lugar y la señora se sentó. El señor tenía una expresión en la cara de enojo. Momentos después, el metro frenó repentinamente lo que provocó que los pasajeros se movieran. Esto a su vez, tuvo como consecuencia que el bebé que la señora traía en brazos se despertara y comenzara a llorar. El señor canoso escuchaba el sonido que emitía el bebé y no intentaba ocultar su muy presente enojo. El señor bajó con sus cosas una estación después, en General Anaya, subió las escaleras con lentitud y luego se perdió en el pasillo que lo llevaba a la salida.

J. Angel Larrieta Arteaga